El Engaño del Globo – Edgar Allan Poe


¡Asombrosas noticias por expreso, vía Norfolk!
¡Travesía del Atlántico en tres días! ¡Extraordinario triunfo de la máquina
volante del señor Monck Mason! ¡Llegada a la isla Sullivan, cerca de Charleston,
Carolina del Sur, del señor Mason, el señor Robert Holland, el señor Henson, el
señor Harrison Ainsworth y otros cuatro pasajeros, a bordo del globo dirigible
Victoria, luego de 75 horas de viaje de costa a costa! ¡Todos los detalles del
vuelo!

El siguiente jeux d’esprit, con los titulares
que preceden en enormes caracteres, abundantemente separados por signos de
admiración, fue publicado por primera vez en el
New York Sun, con
intención de proporcionar alimento indigesto a los
quidnuncs durante las
pocas horas entre los dos correos de Charleston. La conmoción producida y el
arrebato del "único diario que traía las noticias" fue más allá de lo
prodigioso; y, para decir la verdad, si el Victoria "no" efectuó el viaje
reseñado (como aseguran algunos), difícil sería encontrar razones que le
hubiesen impedido llevarlo a cabo.

E.A.P.

¡El gran problema ha sido, por fin, resuelto! ¡Al igual
que la tierra y el océano, el aire ha sido sometido por la ciencia y habrá de
convertirse en un camino tan cómodo como transitado para la humanidad! ¡El
Atlántico ha sido cruzado en globo! ¡Sin dificultad, sin peligro aparente, con
un perfecto dominio de la máquina, y en el periodo inconcebiblemente breve de 75
horas de costa a costa! Gracias a la decisión de uno de nuestros representantes
en Charleston, Carolina del Sur, somos los primeros en proporcionar al público
una crónica detallada de este viaje extraordinario, efectuado entre el sábado 6
del corriente, a las once a.m., y el jueves 9, a las dos p.m., por el señor
Everard Bringhurst, el señor Osborne, sobrino de lord Bentinck; el señor Monck
Mason y el señor Robert Holland, los afamados aeronautas; el señor Harrison
Ainsworth, autor de Jack Sheppard y otras obras; el señor Henson,
diseñador de la reciente y fracasada máquina voladora, y dos marinos de
Woolwich; ocho personas en total. Los detalles que siguen pueden considerarse
auténticos y exactos en todo sentido, pues, con una sola excepción, fueron
copiados verbatim de los diarios de navegación de los señores Monck Mason
y Harrison Ainsworth, a cuya gentileza debe nuestro corresponsal muchas
informaciones verbales sobre el globo, su construcción y otras cuestiones no
menos interesantes. La única alteración del manuscrito recibido se debe a la
necesidad de dar forma coherente e inteligible a la apresurada reseña de nuestro
representante, el señor Forsyth.

El globo

"Dos notorios fracasos recientes -los del señor Henson y
el señor George Cayley- habían debilitado mucho el interés público por la
navegación aérea. El proyecto del señor Henson (que aun los hombres de ciencia
consideraron al comienzo como factible) se fundaba en el principio de un plano
inclinado, lanzado desde una eminencia por una fuerza extrínseca que se
continuaba luego por la revolución de unas paletas que en forma y número
semejaban las de un molino de viento. Empero, las experiencias practicadas con
modelos en la Adelaide Gallery mostraron que la revolución de aquellas paletas
no sólo no impulsaba la máquina, sino que impedía su vuelo. La única fuerza de
propulsión evidente era el ímpetu adquirido durante el descenso por el plano
inclinado, y este ímpetu llevaba más lejos a la máquina cuando las paletas
estaban inmóviles que cuando funcionaban, hecho suficientemente demostrativo de
la inutilidad de estas últimas. Como es natural, en ausencia de la fuerza
propulsora, que era al mismo tiempo sustentadora, la máquina se veía obligada a
descender.

"Esta última consideración movió al señor George Cayley a
adaptar una hélice a alguna máquina que tuviera una fuerza sustentadora
independiente: en una palabra, a un globo. Aquella idea no sólo tenía la novedad
de su especial aplicación práctica. El señor George exhibió un modelo en el
Instituto Politécnico. El principio propulsor se aplicaba aquí a superficies
discontinuas o paletas giratorias. El aparato tenía cuatro paletas, que en la
práctica resultaron completamente ineficaces para mover el globo o ayudarlo en
su ascensión. El proyecto resultó, pues, un fracaso completo.

"En esta coyuntura, el señor Monck Mason (cuyo viaje de
Dover a Weilburg a bordo del globo Nassau provocara tanto entusiasmo en 1837),
concibió la idea de aplicar el principio de la rosca o hélice de Arquímedes a
los efectos de la propulsión en el aire, atribuyendo correctamente el fracaso de
los modelos del señor Henson y de el señor George Cayley a la interrupción de la
superficie en las paletas independientes. Llevó a cabo la primera experiencia
pública en los salones de Willis, pero más tarde trasladó su modelo a la
Adelaide Gallery.

"A semejanza del globo del señor George, su globo era
elipsoidal. Tenía trece pies y seis pulgadas de largo por seis pies y ocho
pulgadas de alto. Contenía unos 320 pies cúbicos de gas; si se introducía
hidrógeno puro, éste podía soportar 21 libras inmediatamente después de haber
sido inflado el globo, antes de que el gas se estropeara o escapara. El peso
total de la máquina y el aparato era de 17 libras, dejando un margen de unas
cuatro libras. Por debajo del centro del globo había una armazón de madera
liviana de unos nueve pies de largo, unida al globo por una red como las que se
usan habitualmente para ese fin. La barquilla, de mimbre se hallaba suspendida
del armazón.

"La hélice consistía en un eje hueco de bronce de 18
pulgadas de largo, en el cual, sobre una semiespiral inclinada en un ángulo de
quince grados, pasaba una serie de radios de alambre de acero de dos pies de
largo, que se proyectaban a un pie de distancia a cada lado. Dichos radios
estaban unidos en sus puntos por dos bandas de alambre aplanado, constituyendo
así el armazón de la hélice, la cual se completaba mediante un forro de seda
impermeabilizada, cortada de manera de seguir la espiral y presentar una
superficie suficientemente unida. La hélice se hallaba sostenida en los dos
extremos de su eje por brazos de bronce, que descendían del armazón superior.
Dichos brazos tenían orificios en la parte inferior, donde los pivotes del eje
podían girar libremente. De la porción del eje más cercana a la barquilla salía
un vástago de acero que conectaba la hélice con el engranaje de una máquina a
resorte fijada en la barquilla. Haciendo funcionar este resorte o cuerda se
lograba que la hélice girara a gran velocidad, comunicando un movimiento
progresivo a la aeronave. Gracias a un timón se hacía tomar a ésta cualquier
rumbo. El resorte era sumamente fuerte comparado con sus dimensiones y podía
levantar 45 libras de peso sobre un rodillo de cuatro pulgadas de diámetro en la
primera vuelta, aumentando gradualmente su poder a medida que adquiría
velocidad. Pesaba en total ocho libras y seis onzas. El gobernalle consistía en
un marco liviano de caña cubierto de seda, parecido a una raqueta; tenía tres
pies de largo y un pie en su parte más ancha. Pesaba dos onzas. Podía
colocárselo horizontalmente, haciéndolo subir y bajar, y moverlo a derecha e
izquierda verticalmente, con lo cual permitía al aeronauta transferir la
resistencia del aire determinada por su inclinación hacia cualquier lado y hacer
que el globo se moviera en dirección opuesta.

"Este modelo (que por falta de tiempo hemos descrito
imperfectamente) fue ensayado en la Adelaida Gallery, donde alcanzó una
velocidad de cinco millas horarias. Aunque parezca extraño, provocó muy poco
interés comparado con la anterior y complicada máquina del señor Henson; tan
dispuesto se muestra el mundo a despreciar toda cosa que se presente llena de
sencillez. Para llevar a cabo el gran desiderátum de la navegación aérea, se
suponía en general que debería llegarse a la complicada aplicación de algún
profundísimo principio de la dinámica.

"Empero, tan satisfecho se sentía el señor Mason del buen
resultado de su invención, que resolvió construir inmediatamente, si era
posible, un globo de capacidad suficiente para probar su eficacia en un viaje
bastante extenso; la intención original consistía en cruzar el Canal de la
Mancha, como se había hecho anteriormente en el globo Nassau. A fin de llevar su
proyecto a la práctica, solicitó y obtuvo el patronazgo del señor Everard
Bringhurst y del señor Osborne, caballeros bien conocidos por su saber
científico y el interés que demostraban por los progresos de la navegación
aérea. A pedido del señor Osborne, el proyecto fue mantenido en el más riguroso
secreto, y las únicas personas al tanto de la idea fueron aquellas que se
ocuparon de la construcción de la máquina. Se construyó ésta bajo la dirección
de los señores Mason, Holland, Bringhurst y Osborne, en la residencia de este
último, cerca de Penstruthal, en Gales. El señor Henson, así como su amigo el
señor Ainsworth, fueron admitidos a una exhibición privada del globo el sábado
pasado, cuando ambos caballeros hacían sus preparativos para ser incluidos entre
los pasajeros del globo. No se nos ha dado la razón por la cual estos caballeros
se agregaron a la expedición, pero dentro de uno o dos días haremos conocer a
nuestros lectores los menores detalles concernientes al extraordinario viaje.

"El globo es de seda, barnizado con goma o caucho
líquido. De vastas dimensiones, contiene más de 40,000 pies cúbicos de gas. Dado
que se utilizó gas de alumbrado en vez de hidrógeno, mucho más costoso, el poder
sustentatorio de la aeronave, completamente inflada y poco después, no sobrepasa
las 2500 libras. El gas de alumbrado no sólo resulta mucho más barato, sino que
es fácilmente obtenible y manejable.

"Debemos al señor Charles Green el uso del gas de
alumbrado para los fines de la aeronavegación. Hasta su descubrimiento, la
inflación de los globos no sólo era sumamente cara, sino de incierto resultado.
Con frecuencia se empleaban dos o tres días en fútiles tentativas para
procurarse suficiente cantidad de hidrógeno para llenar un globo, del cual este
gas tiene gran tendencia a escapar debido a su extremada tenuidad y a su
afinidad con la atmósfera circundante. Un globo suficientemente impermeable como
para conservar su contenido de gas de alumbrado durante seis meses, apenas
alcanzará a mantener seis semanas una carga equivalente de hidrógeno.

"Habiéndose calculado la fuerza de sustentación en 2500
libras, y el peso de todos los viajeros en 1200, quedaba un excedente de 1300,
de los cuales 1200 se integraron con lastre, preparado en sacos de diferente
tamaño, cada uno con su peso marcado, cordajes, barómetros, telescopios,
barriles con provisiones para una quincena, tanques de agua, abrigos, sacos de
noche y otras cosas indispensables, incluido un calentador de café que
funcionaba por medio de cal viva, evitando así por completo el uso del fuego,
justamente considerado como muy peligroso. Todos estos artículos, salvo el
lastre y unas pocas cosas, fueron suspendidos del armazón superior. La barquilla
es proporcionalmente mucho más pequeña y liviana que la que se había colocado en
el primer modelo en escala reducida. Se la construyó de mimbre liviano y
extraordinariamente fuerte a pesar de su frágil aspecto. Tiene unos cuatro pies
de profundidad. El gobernalle es mucho más grande que el del modelo, mientras la
hélice es bastante más pequeña. El globo está provisto de un ancla con varios
ganchos y una cuerdaguía. Esta última es de excepcional importancia y requiere
algunas palabras explicativas para aquellos lectores que no se hallan al tanto
de la misma.

"Tan pronto el globo se aleja de la tierra, queda
sometido a diversas circunstancias que tienden a crear una diferencia en su
peso, aumentando y disminuyendo su fuerza ascensional. Por ejemplo, en la seda
puede depositarse el rocío, hasta pesar varios cientos de libras; preciso es
entonces arrojar lastre, pues de lo contrario la aeronave descenderá. Arrojado
el lastre, si el sol hace evaporar el rocío, dilatando al mismo tiempo el gas
del globo, éste volverá a ascender. Para impedirlo, el único recurso posible
(hasta que el señor Green inventó la cuerdaguía) consistía en dejar escapar un
poco de gas por medio de una válvula. Pero la pérdida de gas supone una pérdida
equivalente de poder ascensional, vale decir que después de un período
relativamente breve el globo mejor construido agotará sus recursos y tendrá que
descender. Esto constituía hasta entonces el gran obstáculo para los viajes
largos.

"La cuerdaguía remedia esta dificultad de la manera más
simple que imaginarse pueda. Consiste en una soga muy larga que cuelga de la
barquilla, destinada a impedir que el globo varíe de altitud bajo ninguna
circunstancia. Si, por ejemplo, se deposita humedad en la cubierta de seda y la
aeronave empieza a descender, no será necesario arrojar lastre para compensar
este aumento de peso, sino que bastará soltar la soga hasta que arrastre por el
suelo todo lo necesario para establecer el equilibrio. Si, por el contrario,
alguna otra circunstancia ocasionara un aligeramiento del globo y su
consiguiente ascenso, se lo contrarresta recogiendo cierta cantidad de soga,
cuyo peso se agrega entonces al del globo. En esta forma el aerostato sólo
subirá y bajará muy poco, y su capacidad de gas y de lastre se mantendrá
invariable. Cuando se vuela sobre una superficie líquida hay que emplear
pequeños barriles de cobre o madera, llenos de una sustancia líquida más liviana
que el agua. Dichos barriles flotan y cumplen la misma función que la soga en
tierra firme. Otra función importante de esta última consiste en señalar la
dirección del globo. Tanto en tierra como en mar, la cuerda arrastra sobre la
superficie y, por tanto, el globo vuela siempre un poco adelantado con respecto
a ella; basta, pues, establecer una relación entre ambos objetos por medio del
compás para establecer el rumbo. Del mismo modo, el ángulo formado por la cuerda
con el eje vertical del globo indica la velocidad de éste. Cuando no hay ningún
ángulo, o, en otras palabras, cuando la cuerda cuelga verticalmente, el aparato
se encuentra estacionario; cuanto más abierto sea el ángulo, es decir, cuanto
más adelante se halle el globo con respecto al extremo de la cuerda, mayor será
la velocidad, y viceversa.

"Como la intención original consistía en cruzar el Canal
de la Mancha y descender lo más cerca posible de París, los viajeros habían
tenido la precaución de proveerse de pasaportes válidos para todos los países
del continente, especificando la naturaleza de la expedición, como en el caso
del viaje del Nassau, y facilitándoles la exención de las formalidades
habituales de las aduanas; acontecimientos inesperados, empero, hicieron
inútiles estos documentos.

"La inflación del globo empezó con la mayor reserva al
amanecer del sábado 6 del corriente, en el gran patio de Wheal-Vor House,
residencia del señor Osborne, a una milla de Penstruthal, Gales del Norte. A las
once y siete minutos los preparativos quedaron terminados, y el globo se elevó
suave pero seguramente en dirección al sur. Durante la primera media hora no se
emplearon ni la hélice ni el gobernalle. Transcribimos ahora el diario de viaje,
según lo recogió el señor Forsyth de los manuscritos de los señores Monck Mason
y Ainsworth. El cuerpo principal del diario es de puño y letra del señor Mason,
al cual se agrega una posdata diaria del señor Ainsworth, quien tiene en
preparación y dará pronto a conocer una crónica tan detallada cuanto apasionante
del viaje."

El diario

"Sábado 6 de abril.-Luego que todos los preparativos que
podían resultar molestos quedaron terminados durante la noche, empezamos la
inflación al alba; una espesa niebla que envolvía los pliegues de la seda y no
nos permitía disponerla debidamente atrasó esta tarea hasta las once de la
mañana. Desamarramos entonces llenos de optimismo y subimos suave pero
continuamente, con un ligero viento del norte que nos llevó hacia el Canal de la
Mancha. Notamos que la fuerza ascensional era mayor de lo que esperábamos; una
vez que hubimos remontado sobrepasando la zona de los acantilados, los rayos
solares influyeron para que nuestro ascenso se hiciera aún más rápido. No quise,
sin embargo, perder gas en esta temprana etapa de nuestra aventura, y decidimos
seguir subiendo. No tardamos en recoger nuestra cuerdaguía, pero, aun después
que hubo dejado de tocar tierra, seguimos subiendo con notable rapidez. El globo
se mostraba insólitamente estable y su aspecto era magnífico. Diez minutos
después de salir, el barómetro indicaba 15,000 pies de altitud. Teníamos un
tiempo excelente, y el panorama de las regiones circundantes, uno de los más
románticos visto desde cualquier lado, era ahora particularmente sublime. Las
numerosas y profundas hondonadas daban la impresión de lagos, a causa de los
densos vapores que las llenaban, y los montes y picos del sudeste, amontonado en
inextricable confusión, sólo admitían ser comparados con las gigantescas
ciudades de las fábulas orientales.

"Nos acercábamos rápidamente a las montañas meridionales,
pero estábamos lo bastante elevados como para franquearlas sin riesgo. Pocos
minutos después las sobrevolamos magníficamente; tanto el señor Ainsworth como
los dos marinos se sorprendieron de su aparente pequeñez vistas desde la
barquilla, ya que la gran altitud de un globo tiende a reducir las desigualdades
de la superficie de la tierra hasta dar la impresión de una continua llanura. A
las once y media, derivando siempre hacia el sur, tuvimos nuestra primera visión
del Canal de Bristol; quince minutos más tarde, los rompientes de la costa se
hallaban debajo de nosotros, e iniciábamos el vuelo sobre el mar. Resolvimos
entonces soltar suficiente gas como para que nuestra cuerdaguía, con las boyas
atadas al extremo, tomara contacto con el agua. Se hizo así de inmediato e
iniciamos un descenso gradual. Veinte minutos más tarde nuestra primera boya
tocó el agua y, cuando la segunda estableció a su vez contacto, quedamos a una
altura estacionaria. Todos estábamos ansiosos por probar la eficacia del
gobernalle y de la hélice, y los hicimos funcionar inmediatamente a fin de
acentuar el rumbo hacia el este, en dirección a París. Gracias al timón, no
tardamos en desviamos en ese sentido, manteniendo el rumbo casi en ángulo recto
con el del viento; luego hicimos funcionar el resorte de la hélice y nos
regocijamos muchísimo al comprobar que nos impulsaba exactamente como queríamos.
En vista de ello lanzamos nueve hurras de todo corazón y arrojamos al mar una
botella conteniendo un pergamino donde se describía brevemente el principio de
la invención.

"Apenas habíamos terminado de expresar nuestro contento,
cuando un accidente inesperado nos descorazonó muchísimo. El vástago de acero
que conectaba el resorte con la hélice se salió bruscamente de su lugar en la
barquilla (a causa de un balanceo de la misma, ocasionado por algún movimiento
de uno de los marinos que habíamos embarcado con nosotros), y quedó colgando
lejos de nuestro alcance, tomado en el pivote del eje de la hélice. Mientras
tratábamos de recuperarlo, y nuestra atención se hallaba por completo absorbida
en esto, nos tomó un fortísimo viento del este que nos llevó con fuerza
creciente rumbo al Atlántico. Pronto nos encontramos volando a un promedio que
ciertamente no era inferior a 50 ó 60 millas por hora, tanto que llegamos a la
altura de Cape Clear, situado a unas 40 millas al norte, antes de haber
asegurado el vástago y tener una idea clara de lo que ocurría.

"Fue entonces cuando el señor Ainsworth formuló una
propuesta extraordinaria, pero que en mi opinión no tenía nada de irrazonable o
de quimérica, y que fue inmediatamente secundada por el señor Holland: quiero
decir que aprovecháramos la fuerte brisa que nos impulsaba y, en lugar de
retroceder rumbo a París, hiciéramos la tentativa de alcanzar la costa de
Norteamérica, la cual (¡cosa rara!) sólo fue objetada por los dos marinos. Pero,
como estábamos en mayoría, dominamos sus temores y decidimos mantener
resueltamente el rumbo. Seguimos, pues, hacia el oeste; pero como el arrastre de
las boyas demoraba nuestro avance y teníamos perfecto dominio sobre el globo,
tanto para subir como para bajar, empezamos por desprendernos de 50 libras de
lastre y luego, por medio de un cabestrante, recogimos la cuerda hasta conseguir
que no tocara la superficie del mar. Inmediatamente notamos el efecto de esta
maniobra, pues aumentó nuestra velocidad y, como el viento acreciera, volamos
con una rapidez casi inconcebible; la cuerdaguía flotaba detrás de la barquilla
como un gallardete en un navío.

"De más está decir que nos bastó poquísimo tiempo para
perder de vista la costa. Pasamos sobre cantidad de navíos de toda clase,
algunos de los cuales trataban de navegar a la bolina, pero en su mayoría se
mantenían a la capa. Provocamos el más extraordinario revuelo a bordo de todos
ellos, revuelo del que gozamos grandemente, y muy especialmente nuestros dos
marineros, que, bajo la influencia de un buen trago de ginebra, se habían
resuelto a tirar por la borda escrúpulo y todo temor. Muchos de aquellos barcos
nos dispararon salvas, y en todos ellos fuimos saludados con sonoros hurras (que
oíamos con notable nitidez) y saludos con gorras y pañuelos. Continuamos en esta
forma durante todo el día sin mayores incidentes, y cuando nos envolvieron las
sombras de la noche, calculamos grosso modo la distancia recorrida, encontrando
que no podía bajar de 500 millas, y probablemente las excedía por mucho. La
hélice funcionaba continuamente y sin duda ayudaba en gran medida a nuestro
avance. Cuando se puso el sol, el viento se convirtió en un verdadero huracán y
el océano era perfectamente visible a causa de su fosforescencia. El viento
sopló del este toda la noche, dándonos los mejores augurios de éxito. Sufrimos
muchísimo a causa del frío, y la humedad atmosférica era harto desagradable;
pero el amplio espacio en la barquilla nos permitía acostarnos, y con ayuda de
nuestras capas y algunos colchones pudimos arreglarnos bastante bien.

"P.S. [por el señor Ainsworth].-Las últimas nueve horas
han sido indiscutiblemente las más apasionantes de mi vida. Imposible imaginar
nada más exaltante que el extraño peligro, que la novedad de una aventura como
ésta. ¡Quiera Dios que triunfemos! No pido el triunfo por la mera seguridad de
mi insignificante persona, sino por el conocimiento de la humanidad y por la
grandeza de semejante triunfo. Sin embargo, la hazaña es tan practicable que me
asombra que los hombres hayan vacilado hasta ahora en intentarla. Basta con que
una galerna como la que ahora nos favorece arrastre un globo durante cuatro o
cinco días (y estos huracanes suelen durar más) para que el viajero se vea
fácilmente transportado de costa a costa. Con un viento semejante el vasto
Atlántico se convierte en un mero lago.

"En este momento lo que más me impresiona es el supremo
silencio que reina en el mar por debajo de nosotros, a pesar de su gran
agitación. Las aguas no hacen oír su voz a los cielos. El inmenso océano
llameante se retuerce y sufre su tortura sin quejarse. Las crestas montañosas
sugieren la idea de innumerables demonios gigantescos y mudos, que luchan en una
imponente agonía. En una noche como ésta, un hombre vive, vive un siglo entero
de vida ordinaria; y no cambiaría yo esta arrebatadora delicia por todo ese
siglo de vida común.

"Domingo 7 [por el señor Mason].-A las diez de la mañana
la galerna amainó hasta convertirse en un viento de ocho o nueve nudos (con
respecto a un barco en alta mar), llevándonos a una velocidad de unas 30 millas
horarias. El viento ha girado considerablemente hacia el norte, y ahora, a la
puesta del sol, mantenemos nuestro rumbo hacia el oeste gracias al gobernalle y
a la hélice, que cumplen sus tareas de manera admirable. Considero que mi
mecanismo ha tenido el mejor de los éxitos, y la navegación aérea hacia
cualquier rumbo (y no a merced de los vientos) deja de ser un problema. Cierto
es que no hubiéramos podido volar en contra del fuerte viento de ayer, pero, en
cambio, ascendiendo, hubiésemos escapado a su influencia de haber sido ello
necesario. Estoy convencido de que con ayuda de la hélice podríamos avanzar
contra un viento bastante intenso. A mediodía alcanzamos una altura de 25,000
pies, luego de arrojar lastre. Buscábamos una corriente de aire más directa,
pero no hallamos ninguna tan favorable como la que seguimos ahora. Tenemos
abundante provisión de gas para cruzar este insignificante charco, aunque el
viaje nos lleve tres semanas. El resultado final no me inspira el más mínimo
temor. Las dificultades de la empresa han sido extrañamente exageradas y mal
entendidas. Puedo elegir mi viento más favorable y, en caso de que todos los
vientos fuesen contrarios, la hélice me permitiría seguir adelante. No ha habido
ningún incidente digno de mención. La noche se anuncia muy serena.

"P.S. [por el señor Ainsworth].-Poco tengo que anotar,
salvo que, para mi sorpresa, a una altura igual a la del Cotopaxi no he sentido
ni mucho frío, ni dificultad respiratoria o jaqueca. Todos mis compañeros
coinciden conmigo; tan sólo el señor Osborne se quejó de cierta opresión en los
pulmones, pero pronto se le pasó. Hemos volado a gran velocidad durante el día y
debemos hallarnos a más de la mitad del Atlántico. Pasamos sobre veinte o
treinta navíos de diversos tipos, y todos ellos se mostraron jubilosamente
asombrados. Cruzar el océano en globo no es, después de todo, una hazaña tan
ardua. Omne ignotum pro magnifico. Detalle interesante: a 25,000 pies de
altura el cielo parece casi negro y las estrellas se ven con toda claridad; en
cuanto al mar, no aparece convexo, como podría suponerse, sino total y
absolutamente cóncavo.

"Lunes 8 ([por el señor Mason].-Esta mañana volvimos a
tener algunas dificultades con la varilla de la hélice, que deberá ser
completamente modificada en el futuro, para evitar accidentes serios. Aludo al
vástago de acero y no a las paletas, pues éstas son inmejorables. El viento
sopló constante y fuertemente del norte durante todo el día, y hasta ahora la
fortuna parece dispuesta a favorecemos. Poco antes de aclarar nos alarmaron
algunos extraños ruidos y sacudidas en el globo, que, sin embargo, no tardaron
en cesar. Aquellos fenómenos se debían a la dilatación del gas por el aumento
del calor atmosférico, y la consiguiente ruptura de las menudas partículas de
hielo que se habían formado durante la noche en toda la estructura de tela.
Arrojamos varias botellas a los navíos que encontrábamos. Vimos que una de ellas
era recogida por los tripulantes de un navío, probablemente uno de los
paquebotes que hacen el servicio a Nueva York. Tratamos de leer su nombre, pero
no estamos seguros de haberlo entendido. Con ayuda del catalejo del señor
Osborne desciframos algo así como Atalanta. Ahora es medianoche y seguimos
volando rápidamente hacia el oeste. El mar está muy fosforescente.

"P.S. [por el señor Ainsworth].-Son las dos de la
madrugada y el tiempo sigue muy sereno; resulta difícil saberlo exactamente,
pues el globo se mueve junto con el viento. No he dormido desde que salimos de
Wheal-Vor, pero me es imposible seguir resistiendo y trataré de descansar un
rato. Ya no podemos estar lejos de la costa norteamericana.

"Martes 9 [por el señor Ainsworth].-A la una p.m. Estamos
a la vista de la costa baja de Carolina del Sur. El gran problema ha quedado
resuelto. ¡Hemos cruzado el Atlántico… cómoda y fácilmente, en globo! ¡Alabado
sea Dios! ¿Quién dirá desde hoy que hay algo imposible?"


Así termina el diario de navegación. El señor
Ainsworth, empero, agregó algunos detalles en su conversación con el señor
Forsyth. El tiempo estaba absolutamente calmo cuando los viajeros avistaron la
costa, que fue inmediatamente reconocida por los dos marinos y por el señor
Osbome. Como este último tenía amigos en el fuerte Moultrie, se resolvió
descender en las inmediaciones. Se hizo llegar el globo hasta la altura de la
playa (pues había marea baja, y la arena tan lisa como dura se adaptaba
admirablemente para un descenso) y se soltó el ancla, que no tardó en quedar
firmemente enganchada. Como es natural, los habitantes de la isla y los del
fuerte se precipitaron para contemplar el globo, pero costó muchísimo trabajo
convencerlos de que los viajeros venían… del otro lado del Atlántico. El ancla
se hincó en tierra exactamente a las dos p.m., y el viaje quedó completado en 75
horas, o quizá menos, contando de costa a costa. No ocurrió ningún accidente
serio durante la travesía, ni se corrió peligro alguno. El globo fue desinflado
sin dificultades. En momentos en que la crónica de la cual extraemos esta
narración era despachada desde Charleston, los viajeros se hallaban todavía en
el fuerte Moultrie. No se sabe cuáles son sus intenciones futuras, pero
prometemos a nuestros lectores nuevas informaciones, ya sea el lunes o, a más
tardar, el martes.

Estamos en presencia de la empresa más extraordinaria,
interesante y trascendental jamás cumplida o intentada por el hombre. Vano sería
tratar de deducir en este momento las magníficas consecuencias que de ella
pueden derivarse.

FIN

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